Continuamos nuestro repaso por la hemeroteca galáctica, tras la previa ayer de la primera entrega de Guardianes de la Galaxia, con su análisis propiamente dicho, allá por 2014, en el Cineclub Marvel de la web de Universo Marvel. Incluidas las primeras y fallidas quinielas sobre la paternidad de Peter Quill o las Gemas del Infinito:
Ahora mismo, en una galaxia muy, muy cercana… por mucho que James Gunn trate de esquivar las comparaciones con sus inminentes vecinos galácticos del Disney Village, la referencia a Star Wars es inevitable. Por la recuperación de la suciedad de la Space Opera en estos tiempos de Apple; por los manifiestos paralelismos entre sus protagonistas; y por la energía generacional –intergeneracional- que desprende este pequeño hito, cuya mayor grandeza es no pretender más que entretener. La referencia era intencionada desde el mismo cartel, pero cristaliza verdaderamente al salir del cine con la emoción de haber vuelto a surcar treinta años después aquella galaxia, mezclada con unas viñetas que entonces creíamos que nunca cobrarían vida.
El Universo Cinemático Marvel es ya la mayor saga fílmica de la historia, y La Guerra de las Galaxias la que dio el pistoletazo de salida al concepto moderno de franquicia cinematográfica. Y aún así resulta paradójico que su respectiva expansión coincida en el contexto de una mega-corporación como Disney, de las manos de una personalidad tan ferozmente independiente como George Lucas a las de un autor tan rebelde como Gunn. Pero en el fondo, Los Guardianes reeditan una apuesta tan aparentemente suicida como lo fue para Lucas resucitar la Edad de Bronce en Howard, un nuevo héroe, reivindicado por Gunn en su nada casual epílogo. La propia Guerra de las Galaxias fue un proyecto íntimamente anacrónico, que actualizaba los viejos seriales cinematográficos de de tres décadas antes, por el niño que los descubrió en la televisión matinal de los cincuenta; el mismo nivel al que juega la imaginería ochentera que impregna Guardianes una generación después. O cierto arqueólogo que también nos brindó Lucas junto a Steven Spielberg en los ochenta, que aparte del homenaje directo de la presentación del “héroe”, marca el endiablado ritmo heredado del continuará eterno de los mismos seriales. Así como un elogio de la amistad a la altura del Spielberg más sentimental, pero que te desarma con su sinceridad y unas gotas del descaro camp de los propios orígenes de Gunn en la factoría Troma, cameo de Lloyd Kaufman (El vengador tóxico) incluido. La última persona que podrías imaginarte rindiendo pleitesía al ratón Mickey, sino fuera porque también repite Rob Zombie por tercera vez con Gunn, prestando en esta ocasión su voz al navegador de los Saqueadores. Una película que parece de los ochenta porque es la película que soñábamos ver en los ochenta, pero que no habría podido realizarse entonces, ni ahora sin el impulso de una major. Un blockbuster con alma de serie-B.
Lo realmente sorprendente es que una visión tan personal, tan alejada de las actuales tendencias comerciales, pueda anidar hoy en día dentro de Disney. Justo cuando la salida de Edgar Wright de Ant-Man parecía liquidar cualquier resto de independencia de Marvel Studios, Guardianes de la Galaxia viene a equiparar el salto a la auto-producción de La Casa de las Ideas en 2008 con la conquista de la independencia de Lucasfilm al margen de Hollywood en los ochenta. Claro que Marvel sólo subsistió como un estudio propio durante dos años, pero ahí es donde entra en juego la personalidad de Kevin Feige, productor ejecutivo de todas las adaptaciones marvelianas desde X-Men (con la excepción, ojo, de la reciente X-Men: Días del Futuro Pasado y la próxima 6 Héroes), y la decisión de Disney de mantenerlo al frente del estudio a pesar de desembolsar 4.000 millones de dólares por su compra, y respetar su identidad y por lo que parece autonomía creativas. Que es también donde encaja que Lucas les haya confiado a su vez su criatura.
No es que Marvel Studios carezca de conflictos creativos, con una lista muy pública de agraviados que testimonian que el proyecto está muy por encima de los nombres propios. Pero Feige ha demostrado ser fiel y a la vez capaz de correr riesgos con sus personajes. Basta volver a cuando se anunciaron Los Guardianes en 2012, con Disney y Warner aún sangrando por las heridas de John Carter y Linterna Verde, y su misma colección recién cancelada por falta de ventas. Incluso Joss Whedon, como consultor creativo del Universo Cinemático para la Fase Dos, recelaba inicialmente de un proyecto que no prometía más que otro impersonal remedo de Star Wars (por mucho que Los Guardianes originales, creados por Arnold Drake y Gene Colan en 1969, se adelantaran a aquella en ocho años). Pero Feige supo ver que el mayor peligro de Marvel es el estancamiento, por exitosa que pueda haber sido su primera franquicia, porque contrariamente a sus competidoras carece de otros géneros ni personajes a los que saltar según la moda. A diferencia de los cómics, los héroes cinematográficos necesitan salir de Nueva York, y Los Vengadores habían dejado claro que el espacio era la nueva frontera. Marvel es por fin un verdadero Universo.
El camino para reunir a Los Héroes más Poderosos de la Tierra no fue menos arriesgado, desde el mismo concepto comercial de hacer unas películas dependientes de otras. Para Gunn, la cinta más arriesgada de Marvel no ha sido Guardianes, sino Iron Man. Los Cuatro Fantásticos, Daredevil, Motorista Fantasma y hasta Hulk, o Superman Returns y Linterna verde por parte de la Distinguida Competencia, dan fe de lo difícil que es abrir una segunda franquicia, y de que no hay nada más arriesgado para abrir nuevos caminos que ir sobre seguro, porque el conformismo sólo generará indiferencia. La elección de los Guardianes, por delante de los vaticinados Doctor Extraño, Pantera Negra o Inhumanos, nos sorprendió a todos, pero es en el fondo similar a la de Blade en 1998, sólo que entonces se trataba de no hipotecar los grandes iconos y ahora de expandirse más allá de aquellos. La cuadratura del círculo es no sólo introducir una nueva franquicia, sino hacerla tan relevante y a la vez independiente para la existente. El fin de la Tercera Fase cobra de repente una dimensión aún mayor que la conclusión de la trilogía vengadora, para prometer el primer evento cinemático.
Los reparos de Whedon se desvanecieron cuando se anunció a Gunn como director, con el sustituto de Edgar Wright en Ant-Man, Peyton Reed, por cierto como finalista. Gunn parecería en principio una elección muy improbable, salvo para el ojo mágico de Feige, encajando como un guante en el común denominador de los directores de esta Fase Dos conforme al perfil de Whedon: carreras fundamentalmente televisivas y acreditada capacidad para mezclar géneros. Su rasgo diferenciador es una mayor carga de irreverencia, véanse su surreal adaptación shakesperiana Tromeo y Julieta, la comedia de terror Slither o la acidísima parodia superheroica Super, que en el fondo vienen a ser versiones más radicales de Mucho ruido y pocas nueces, Una cabaña en el bosque y Dr. Along sing alone del propio Whedon, siendo Guardianes de la Galaxia en muchos sentidos la culminación de Firefly, con el mismísimo Nathan Phillon pasándoles el testigo en forma de cameo. De hecho, Gunn es el tercer director-guionista del Universo Cinemático junto a Whedon y Shane Black, sobre la base de los guiones previos de Nicole Perlman (que ya participó en el libreto de Thor y tiene pendiente un borrador de La Viuda Negra) y Chris McCoy (finalmente no acreditado). Cuando el director de Los Vengadores leyó la reescritura de Gunn, sólo pidió “que fuese aún más James Gunn”. Y la respuesta de éste tampoco se quedó atrás: “–será tu funeral”.
En realidad, Gunn ya habían tratado anteriormente con Feige otra adaptación de la que sólo ha trascendido su predisposición para adaptar algún personaje que no fuera demasiado conocido, con la intención de distendir las ataduras del icono superheroico, que hasta ahora creíamos tan consustancial al género. Hacer la película suya, tal y como ha agradecido haber conseguido en su emocionada carta tras el estreno, entiéndase todo lo suya que pueden permitir 170 millones de dólares de presupuesto. Una libertad con la que no habría contado de tratar con personajes más asentados entre el fandom.
Lo que no significa que Guardianes de la Galaxia juegue de espaldas al cómic. Al contrario, por el plató desfilaron unos entusiasmados Keith Giffen, Dan Abnett y Andy Lanning, de cuya reformulación moderna del grupo en 2008 parte principalmente la película. También se acreditan pilares de la Edad de Bronce como el fallecido Steve Gerber o Jim Starlin, quienes tuvieron roces en el pasado con Marvel a cuenta de la falta de reconocimiento por sus creaciones, o Bill Mantlo, que disfrutó de un emocionante pase privado en el hospital en el que reside hace casi dos décadas. Es de justicia reconocer la sensibilidad que anteriormente habíamos reclamado a La Casa de Ideas para con su creadores. No obstante, la adaptación es más libre de lo habitual en el Universo Cinemático, recordando más bien la escuela versionadora de los mutantes. De hecho, Gunn ha repetido la misma instrucción que al parecer diera Bryan Singer a los actores en la primera X-Men de no documentarse en base a los cómics, preservando en todo caso el espíritu de celebración de la fantasía, el sentido de la maravilla de la Marvel cósmica.
También se acercaron al rodaje los encargados del último relanzamiento de Los Guardianes, Brian Michael Bendis y Steve McNiven, si bien en este caso hablaríamos de influencia inversa desde la pantalla, ajustando los propios cómics a la adaptación. Por algo forma parte Bendis del comité consultor de Marvel Studios, amén de transformar al calor de la película a unos personajes secundarios en una auténtica franquicia de éxito, con actualmente tres series en las librerías y en camino la cuarta con el regreso de Los Guardianes clásicos a cargo del añorado Abnett, que también ha lanzado la novela Steal the galaxy. Uno de los más provechosos casos de retroalimentación desde la pantalla, que además ha servido para limpiar la caótica continuidad de estos personajes.
Como compensación al lector, Gunn presume de presentar más personajes secundarios del cómic que ninguna otra adaptación Marvel, atreviéndose a comparar su catálogo “con el puñado de agentes de SHIELD de Los Vengadores”: Meredith Quill (Laura Haddock), Bereet (Melia Kreiling), el Broker (Christopher Fairbank), los Nova Corps Denarian Saal (Peter Serafinowicz), Rhomann Dey (John C. Reilly) y Nova Prime (Glen Close), Carina Walters (Ophelia Lovibond), Thanos (voz de Josh Brolin) y el imprescindible Stan Lee, que a punto estuvo de convertirse en la pieza más única del Museo de Huevos de Pascua de El Coleccionista (Benicio del Toro), en el que distinguimos, a la espera de la función de pausa del futuro DVD / Blu-ray, a un Elfo Oscuro (Doug Jones), un Chitauri, Cosmo, ¡el pato Howard! (voz de Seth Green) y hasta una de las criaturas de Slither, junto al capullo en el que presumiblemente hiberna Adam Warlock visto en la escena post-créditos de Thor: El Mundo Oscuro, cuya identidad ha sido confirmada por Gunn. Que no te engañen los grandes nombres tras algunos de estos personajes, son cameos. Excepto Yondu, que se presenta como un mero guiño a Los Guardianes clásicos, para traicionar completamente ese origen pero ofrecernos a cambio un personaje afilado y correoso, marca Michael Rooker (The Walking Dead), y que va de menos a más, siendo para algo es el actor fetiche de Gunn.
La acción transcurre principalmente en La Ciudad de las Artes y las Ciencias de Xandar, que sustituye sus mundo-esferas por la arquitectura de Antonio Calatrava (que incluso facilitó el acceso a su archivo, como agradecen los créditos) y su sistema carcelario Kyln, igualmente alejado del portal energético del cómic, pero fue dónde Giffen presentó en su momento algunos de Los Guardianes. La cabeza de Sapiencial abre la puerta a los Celestiales, un paso al que no se atrevió La Fox con Galactus. Y el planeta abandonado Morag, de nueva creación pero que recibe el nombre del primer líder Kree. Más un nuevo vistazo a la nihilista ¿Luna deTitán?, presentada en Los Vengadores. Los Xandarianos no son más que gente de colores, y a expensas de confirmar si el Coleccionista es un Primigenio del universo, tan sólo vemos un puñado de Krees y sus guerreros de Sakaar (Planet Hulk), con el propio Gunn infiltrado, en sustitución de los tradicionales enemigos de Los Guardianes, los Badoon, tras constatar que sus derechos cinematográficos no pertenecen a Marvel Studios sino presumiblemente a La Fox a través de Estela Plateada. La Marvel cósmica va a echar mucho de menos el inmenso catálogo asociado a Los Cuatro Fantásticos, salvo catástrofe en su relanzamiento o entendimiento entre las productoras, aunque por si acaso, Marvel se ha apresurado a pisarle el potencial trasfondo Shi’ar y hasta los Corsarios espaciales a los mutantes, reemplazados aquí por los Ravagers del reinventado Yondu. Y de paso se ha adelantado también al Darkseid de la Distinguida competencia, cuando Starlin ha reconocido que se basó en el Cuarto Mundo de Jack Kirby para crear a Thanos. Curiosamente, Xandar hereda la tradicional rivalidad con los Kree de los Skrull, aunque parece que en este caso Marvel y La Fox comparten sus derechos, y de hecho la precuela digital los menciona por su nombre, separándolos por tanto de los Chitauri. Y aunque apenas se arañe la superficie de ambas culturas, en especial los Kree, supone un gran avance respecto a los invasores genéricos de Los Vengadores.
Un repertorio relativamente limitado, pero a veces la cantidad no importa. La sensación de diversidad se multiplica gracias a una ambientación que abraza la Space Opera por encima incluso del género superheroico. Una progresión que continúa desde Thor, con el diseñador de producción de El mundo oscuro, Charles Wood, a cargo de crear un look propio, descarnado y brillante, con la referencia de la ciencia ficción de los años cincuenta y sesenta, integrando sus decorados físicos en un entorno digital absolutamente creíble. No obstante, la Marvel cósmica es sensiblemente más superheroica, y el lector echará de menos detalles como por ejemplo los Cohetes Humanos del Cuerpo Nova, si bien la experiencia de la franquicia vengadora augura que integrará gradualmente elementos más pijameros. Y en ese sentido, Marvel Studios culmina la paulatina abolición del dogma de sobriedad imperante desde X-Men, explotando una nueva paleta de color para la que Gunn cita influencias tan exóticas como los cuadros de El Imperio de la Luz de René Magritte o los westerns de Sergio Leone, procesadas por el director de fotografía de Kick-Ass, Ben Davis. Nada que ver con el empacho de cartón piedra que auguraba la escena postcréditos del Coleccionista. Y sólo es otro paso, con Wood y Davis de camino a La Era de Ultrón.
El nivel técnico se presupone, pero más arriesgado era el salto de Gunn a su primera super-producción, ofreciendo una realización sólida, dinámica y aparentemente sencilla, un escalón por encima del habitual funcionalismo formal del blockbuster, sin apabullar al espectador escapista. Por primera vez en su carrera dispone de los medios para hacer lo que quiera, pero nunca cae en la tentación de los planos imposibles, y cuando se permite pequeños caprichos como superponer distintos niveles de acción en la misma toma, lo hace siempre a favor de la narración. El secreto está en no quedarse nunca quieto, imprimir un ritmo frenético pero nunca atropellado.
La audacia está en el libreto, aunque la trama sea igualmente modesta. En una franquicia nueva, sin contar con la tarjeta de presentación del icono previo ni poder permitirse construir el equipo a través de entregas individuales, los personajes son el escenario y la historia está en los detalles. El mismo desconocimiento favorece un desarrollo y equilibrio de personajes sin precedentes en las anteriores cintas grupales “de inicio”, porque no basta cuidar a tu estrella y rellenar el póster con sus comparsas, ni delegar su personalidad en el uniforme. El modelo no es X-Men ni Los 4 Fantásticos sino Doce del patíbulo, que ya fue el molde para su reunión en la miniserie de Starlord en Aniquilación: Conquista. El reparto del cómic es más extenso, descartando a Mantis o Adam Warlock. Cuando Bendis recuperó en 2012 a Los Guardianes en el cómic en ¡Vengadores reuníos!, en plena resaca cinematográfica Vengadora y coincidiendo con el anuncio de su propia película a modo de alternativa, aún incluían en sus filas a Bicho, que no se cayó hasta la posterior revisión del libreto por Gunn. De modo que la equivalencia automática con los protagonistas de Star Wars es en el fondo accidental, y por eso la rechaza Gunn, pero muy indicativa del logro alcanzado: sí que son iconos después de la película.
Aunque se disfrace de Indiana Jones, Peter Quill es en el fondo un Malcolm Reynolds sexy, un Han Solo que emprende el viaje para convertirse en Luke Skywalker, para quedarse en un agradecido punto intermedio en el que aún conserva su picardía. Hacía falta un actor del magnetismo canalla de Harrison Ford y la inocencia de Mark Hamill en Tatooine. Con un pie en la tele (Everwood) y otro en el cine (Her), pero en papeles secundarios, el propio Chris Pratt reconoce que los veinticinco actores que le precedieron en el cásting le habían ganado antes en otros papeles, sonando entre otros muchos nombres los superheroicos Joseph Gordon-Levitt o James Marsden. Gunn eleva la cifra al centenar, pero asegura que el papel fue suyo en cuanto empezó a leer. Y eso que el actor estaba lejos de lucir su actual figura, una transformación de las que llevan los espectadores al gimnasio. Pero ciertamente, cuesta imaginar nadie tan capaz de simultanear comedia y épica, frivolidad y romanticismo, picardía e inocencia tan naturalmente, y reírse de sí mismo sin perder un ápice de carisma ni frescura. Es su momento, habiendo puesto entre tanto voz a otro héroe sobrevenido y su primer protagonista, Emmet en La Lego Película, y encabezando el cartel de la próxima Jurassic World. Pero es Guardianes la que le ha convertido en una estrella. Las comparaciones con Robert Downey Jr. son tan inevitables como las chispas que saltarán cuando sus personajes se encuentren, pero la diferencia es que Tony Stark no se toma en serio al mundo, mientras que es el mundo el que no le toma en serio al autodenominado Star-Lord.
Hablamos, claro, del Star-Lord contemporáneo reinventado por Giffen, y no del superhéroe futurista (y ajeno a la continuidad Marvel) de Steve Englehart y Steve Gan en los años setenta, cuando los ochenta eran el futuro que ahora es su pasado. Chris Claremont y John Byrne lo asimilaron a Luke Skywalker tras la revolución de Star Wars, convirtiéndolo en el hijo de su particular Emperador, J’Son de Spartax. Un elemento que se trasladó a su reformulación actual y ha sido intensificado por Bendis, siguiendo nuevamente los guiones preliminares de la película, hasta que Gunn sustituyó de un plumazo Espartax por Xandar. Nos quedan algunos diseños conceptuales de Stephan Martiniere, que muestran un mundo de corte clásico, al estilo de la adaptación de Asgard, lejos de la visión ciencio-ficcionera del director, mucho más interesado en su herencia materna. Como un terráqueo entre alienígenas, Peter Quill es nuestra conexión con esa Galaxia, gracias a él cercana y no tan, tan lejana. De ahí la mitificación de su legado ochentero, y de nuestra propia nostalgia revisitada desde su mirada infantil, con el añadido cómico de la incomprensión de los demás personajes para quienes el alien es él, y la emoción de ser su única raíz, que Bendis se ha apresurado a incorporar al cómic. El cordón umbilical se materializa en su viejo walk-man, tendiendo un insospechado puente con el Mercurio de X-Men: Días del Futuro Pasado, si bien sus muy diferentes cintas de casette trazan la mejor comparación posible entre ambas sagas.
No deja por ello de plantar semillas sobre la misteriosa identidad del padre oscuro –otro punto de conexión con Mercurio-, pero emancipándose del cómic, porque Gunn ya ha avisado que no será J’Son. Deja en su lugar sólo tres pistas: es un ser de luz y un ángel para la moribunda Meredith Quill, una raza muy antigua para los científicos xandarianos y un capullo para Yondu, estando desde un principio detrás de su abducción. Una conexión que permite darle una vuelta al emblema llameante de Los Guardianes, originalmente referente a Spartax pero que aquí se presenta como símbolo de Los Ravagers, y a través de sus uniformes finalmente de Los Guardianes. Hagan sus apuestas: se especula como posibles padres con Steve Rogers, porque la misma actriz que interpreta a Meredith Quill en el prólogo, Laura Haddock, era también la secretaria que flirteaba con él en El Primer Vengador; con cualquier entidad cósmica, lo que implicaría mesianizar a Peter, o el Capitán Marvel; y personalmente nos inclinamos por Los Eternos, y más concretamente por Eros (Starfox) como miembro de una vieja estirpe, muy capaz de presentarse como un ángel dado su historial seductor, Vengador y familiar de Thanos. Como curiosidad, según Gunn sólo hay otras tres personas que conozcan su identidad: obviamente Kevin Feige, sorprendentemente Michael Rooker, de cuyos gestos tendremos que estar atentos, y su hermano Sean Gunn, que interpreta al lugarteniente de Yondu y representó en plató a Mapache Cohete y Thanos. ¿Se atreverán a parafrasear el mítico “yo soy tu padre”?
A su lado pero no tanto, Gamora se esfuerza por ser todo lo contrario a una princesa. Zoe Saldana colecciona aliens de colores desde Avatar y Star Trek, pero se le ve mucho más constreñida que Leia hace treinta y cinco años, por no poder ser demasiado masculina ni femenina. Es de agradecer que Marvel vuelva a esquivar el romance por trámite tras El Soldado de Invierno, aunque no se trata de desexualizar a los superhéroes sino de no mecanizar la fórmula, y la no-pareja nos deja momentos tan líricos como la prueba del walk-man o su intenso “paseo” espacial, sin perder el tono de comedia y aventura: “no sucumbiré a tu brujería pélvica”. Tampoco le ayuda su cambio de bando transcurra fuera de plano, concretamente en la precuela digital de Abnett y Laning. Una oportunidad perdida para desarrollar un pasivo Thanos, más que para justificar su parentesco, aunque a buen seguro tendrá otras.
Drax corría igualmente peligro de quedarse en tierra de nadie, pero un eficaz Dave Bautista (Riddick) rompe la maldición de los luchadores de wrestling metidos a actores, imperturbables montañas de músculos desde André el Gigante en La Princesa Prometida. Basta pensar que el otro finalista era el inexpresivo Jason Momoa, que incluso llegó a colarse algunos diseños conceptuales. El diseño original de Jim Starlin era inadaptable, optándose por el relanzamiento de Giffern, pero en tal caso el peligro era acabar pareciendo un Hulk de segunda. Aciertan al no digitalizarlo para marcar la distancia entre ambos, exorcizando el fantasma de Lou Ferrigno al mitigar su color verde, del mismo modo que Gamora tampoco debía ser una culturista para no acercarse demasiado a Hulka. Aún más difícil era conjugar su limitada inteligencia, replanteándola ingeniosamente mediante el gag del lenguaje figurativo. El gran cambio es trasladar el objeto de su venganza de Thanos a Ronan el acusador, pero Batista dota de una gran humanidad esta única m otivación. Paradójicamente, sólo se echa de menos una mayor potencia física, rebajando el coloso del cómic a un matón de bar. Justo donde Gunn lo quiere, pero quizá insuficiente cuando haya de medirse con poderes mayores.
El protagonista puede ser Star-Lord, pero las verdaderas estrellas son un mapache mejor armado que hablado y su planta músculo-personal, Rocket y Groot. Aparentes R2D2 y C3PO, o Jar Jar Binks en el peor caso, en el fondo resultan los nuevos Han Solo y Chewbacca, dos caza recompensas salidos de un western espacial. El extremo contrario de la errónea concesión a los funny animals de Disney que pueden prejuzgar quienes desconozcan los personajes. El chiste está precisamente en su engañosa apariencia, pero no tienen nada de dibujo animado. La técnica es sólo una anécdota. Para Gunn son el alma de la película, y se lo juega todo a que los aceptemos como personajes reales. Un atrevimiento sin precedentes en el género desde Howard, un nuevo héroe, y el verdadero triunfo de Los Guardianes, porque en cuanto te crees que un mapache puede ser tan provocador y en el fondo tan triste, y un árbol tan salvaje y tan tierno, y te olvidas de si son digitales o no, vas a comprarlo todo. La guinda son las voces de unos divertídisimos Bradley Cooper y Vin Diesel, pero reconociendo el mérito tecnológico, el corazón es Gunn: hasta su revisión del guión, Groot iba a aparecer sólo en la secuencia de la cárcel, y los diseños conceptuales anteriores a su llegada lucían significativamente más caricaturescos que su apariencia definitiva. El director llenó el estudio de mapaches auténticos para inspirar a los animadores e incluso fue él quien representó la danza de Baby Groot.
Los Guardianes no son en definitiva Los Héroes más Poderosos del Espacio, para lo cual hubiera sido más sencillo mandar directamente a Los Vengadores al espacio. Ni siquiera son héroes, sino en palabras de Chris Pratt, “villanos que descubren que pueden héroes”. O según Star-Lord, “algo bueno, algo malo, o un poco de ambos”, aunque el Nova Rhomann Dey no sea tan optimista: “vaya panda de pringados”. Pero sobre todo son una familia. El verdadero tema de la película es que un grupo de huérfanos proscritos, enfrentados entre sí por sus propios objetivos contrapuestos, aprende que se necesitan mutuamente para alcanzar dichas metas y en última instancia, que también son necesarios para los demás. Y entonces ya no están más solos. Si te ha sonado azucarado lo es, pero para esos momentos hay un mapache que te recuerda que son unos pringados de pie formando un círculo.
En cambio, Gunn sí reconoce la cercanía a Star Wars en el caso de los villanos, concibiendo la relación entre Ronan y Thanos en base a la de Darth Vader y el Emperador. Lo que tiene su gracia, al haber asumido George Lucas la influencia del Doctor Muerte en Vader, pero desafortunadamente, también es indicativo de lo lejos que se ha quedado de sus aspiraciones, figurando en el “debe” de la película. Josh Brolin convence como la voz de un Thanos ligeramente más estilizado que en el epílogo de Los Vengadores, pero sigue siendo sólo una promesa, más por lo peligroso que nos dicen que es que porque realmente lo demuestre, ni siquiera cuando es traicionado por partida triple. El problema presente es la falta de desarrollo de Ronan, desposeído de su función de Acusador a cambio de una vaga animadversión contra Xandar. Fundamentalista lo ha sido siempre, pero nunca se autodefiniría como terrorista, ni basta la imponente presencia de Lee Pace (El Hobbitt) para sostenerlo más allá de su presentación. Nos queda una reiteración del igualmente fallido Malekith de Thor: El Mundo Oscuro, incluso estéticamente, con los Sakaar ejerciendo de suplentes de los Elfos Oscuros. Nébula (Karen Gillan) es radicalmente rediseñada, no sólo por raparse la cabeza sino por heredar parte de la historia de Gamora del cómic, entendiéndose ahora los hijos sembrados por Jason Aaron en el camino de Thanos hacia Infinito, pero al final se reduce sólo al enfrentamiento con su “hermana”. Y el doblemente nominado al Oscar Djimon Hounsou está directamente desaprovechado como Korath el Perseguidor. Un déficit preocupante por lastrar al conjunto de la Fase Dos, a la espera de que Ultrón pueda recoger el testigo a Loki, aunque de momento el brillo de los héroes compense la insuficiencia de los villanos. Y por eso mismo no se comprende su exceso en Guardianes, cuando la prioridad era asentar al equipo y su conflicto no es más que una excusa.
El McGuffin es el codiciado Orbe, en torno al cual se desata la red de traiciones y alianzas que conforma Los Guardianes. Pero su verdadera importancia se remite al conjunto del puzle cinemático, para el que representa una enorme pieza que vincula ambas franquicias y justifica por sí sola la minúscula presencia del Coleccionista de Benicio del Toro. Ya lo adelantó en la secuencia postcréditos de Thor: El Mundo Oscuro (“Una menos, faltan cinco”), concretando ahora el celestial origen de las Gemas del Infinito. Hasta vemos la primera de ellas en su verdadera forma, lo que sin duda agradecerá Thanos que llevaba camino de ensamblarlas en La Mochila del Infinito. Se identifican como gemas Éter y el Teseracto, así como el código de colores, con lo que parece que podemos descartar el Cetro de Loki como presunta Gema de la Mente, por alimentarse del Teseracto y compartir su mismo color, así como el Cofre de las Tormentas, aunque el propio Feige ha reconocido que aún es una cuestión abierta. Por ahora, Gunn ha confirmado que el Orbe se corresponde a la Gema del Poder y podemos asumir que el Teseracto contiene la del espacio, faltando determinar cuál es el Éter. Tres menos, quedan tres.
En realidad, Guardianes de la Galaxia no está (aún) demasiado preocupada por La Guerra del Infinito, contentándose con ofrecer una aventura de presentación básicamente autocontenida. Y una fiesta, incrementando la dosis de comedia de la fórmula Marvel, ya por sí superior al estándar superheroico y definitivamente de la Space Opera. No es un capricho, sino que se trata de elevar los inadaptados al escalafón de los héroes, celebrar la diferencia. Gunn teme más miedo a caer en la solemnidad que en la parodia, véase el tan discutido baile de Star-Lord interrumpiendo el monólogo final de Ronan, porque lo contrario sería el momento en que el chiste fueran sus personajes. Sin renunciar por ello a la épica ni el romanticismo, logrando por el contrario que semejantes cambios de tono parezcan fáciles. Justo los que hacía especial a Super, rebajando obviamente su brutalidad. Un equilibrio delicadísimo, desestimando él mismo algunos gags que podrían haber descentrado la película, como pretender que Stan Lee le hiciera una peineta a Peter Quill. Pero no se cae, haciendo malabares sobre un alambre a base de ritmo, carisma y fantasía. Y cuando llega el desenlace, te das cuenta de que unos personajes que apenas conocías hace un par de horas, efectivamente te importan.
Una buena fiesta necesita buena música. Posiblemente no fuera el lugar para encontrar la gran fanfarria heroica que tanto se le resiste a Marvel Studios, pero tampoco la necesita, porque el funcional acompañamiento de Tyler Bates (Watchmen, Super) encuentra un insospechado aliado en el walk-man de Peter Quill. El Mix Alucinante vol. 1 es mucho más que un gag y el vehículo nostálgico de su dueño y audiencia: es el altavoz de la enorme personalidad de la propia película, como las bandas metaleras de las dos primeras Iron Man eran una prolongación de Tony Stark. Blue Swede, David Bowie, los Jackson 5 o The Runaways también son Guardianes de la Galaxia, y “Hooked on a Feeling” su himno. Reconócelo, tú también llevabas desde la butaca el ritmo del esqueje en la maceta de Groot.
Marvel no se atrevía con una película de autor desde el Hulk de Ang Lee. Sí con autores como Kenneth Brannagh, pero a costa de despersonalizar su estilo. El paso al blockbuster es tan complicado para un cineasta independiente, como experimentar con un gran presupuesto para un estudio. Shane Black lo intentó en parte en Iron Man 3, pero tratando de nadar y a la vez guardar la ropa, y acabó mojado a pesar de su inapelable taquillazo, por ser a la vez demasiado comercial y demasiado alternativo. Gunn se ha tirado de bomba a la piscina, y nos ha empapado en un entusiasmo que no recordábamos desde los tiempos de Sam Raimi, con un rendimiento comercial para una primera entrega que sólo puede compararse al de Spider-Man. Por supuesto ya se ha anunciado la secuela, y escucharemos el Mix alucinante vol. 2 en 2017, después de haber batido en la taquilla de 2014 a iconos de la talla del Capitán América, La Patrulla-X y el propio Trepamuros. No debería haber comparación posible, a no ser que el icono sea ya la propia Marvel.
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