Cineclub Marvel: Ant-Man

Con ocasión del estreno de Ant-Man y La Avispa: Quantumania, este viernes, recuperamos nuestras reseñas de sus dos anteriores entregas, comenzando por recuperar (y revisar) el Cineclub Marvel de la primera, escrito con la colaboración de Sara G. Rodríguez y publicado  en la web de Universo Marvel en julio de 2015:

El Universo Cinemático Marvel cambia por sorpresa de ritmo, acostumbrados como estamos al sacramento del “más grande todavía”, enlazando con apenas dos meses de diferencia las películas más cara y más barata de su historia,  y tomándose un inaudito respiro tras la apoteosis de Los Vengadores: La Era de Ultrón. Porque para que Civil War nos importe y la futura Guerra del Infinito nos asombre, y lo que nos queda, el crescendo no puede ser continuado. Ya lo advierte el cartel: “Los héroes no pueden ser más grandes”.

Lo que toca ahora es encoger, aunque paradójicamente, Ant-Man se enfrente a un enemigo gigantesco: sus muy devaluadas expectativas, tras la salida en el último momento de su máximo impulsor durante largos años, Edgar Wright, y su propia incapacidad y la del estudio de poner en marcha la adaptación durante todo ese tiempo. En su favor, hay que reconocer que no era la primera que el Hombre Hormiga se quedaba atascado en los depachos de Hollywood. En 1987, la quiebra de New World Enterteinment, además de mandar el Punisher de Dolph Lungren a las estanterías del videoclub y a Marvel a las garras de Ron Perelman, canceló la producción ya en desarrollo de la primera adaptación del primer intento de Ant-Man. Hacia el 2000, la estrella radiofónica Howard Stern, por aquel entonces con una carrera actoral en ciernes y que ya había sonado como el Espantájaros de la pretendida tercera Batman de Tim Burton, intentó adquirir los derechos del personaje, que finalmente entraría en el megapaquete de licencias de Artisan Pictures. Stern tendría que conformarse con  que Jon Favreau bautizara en su honor al Senador Stern de Iron Man 2,  mientras el único fruto del acuerdo de Artisan sería la infame Man-Thing de 2007, pero también nos dejó el primer tratamiento de guión de Edgar Wright para Ant-Man, encargado en 2001 y fecgado en 2003. Pero Wright le presentó además su borrador a Kevin Feige tras coincidir en la Comic Con de San Diego de 2004, un año antes de que Marvel Studios se constituyera en una verdadera productora, además de la marca cinematográfica que ya era. El mismo escenario en que ambos compartirían en 2006 la puesta de largo del estudio, con el definitivo anuncio de Ant-Man.

Durante todo este tiempo, tanto Feige como después Joss Whedon respetaron su reserva sobre El Hombre Hormiga y la Avispa, en base al que defendían como el guión más brillante del estudio, “que no se parecía a nada de lo demás y al mismo tiempo era muy Marvel”. Por ello, su defenestración en 2014 fue inmediatamente interpretada como la liquidación por parte de Disney de cualquier resto de autonomía marvelita. Pero entonces, la feroz personalidad de Guardianes de La Galaxia obligó a esperar al visionado para dictar sentencia. La pregunta al salir del cine, sin embargo, es la contraria: ¿qué hay aquí que no podría haber firmado Edgar Wright?

Vaya por delante que, finalmente, Wright sí que firma Ant-Man. En aquellas dos semanas locas a punto de iniciar el rodaje, sin director, con el guión abierto en canal y el cásting de reemplazos prácticamente retransmitido en twitter, el protagonista Paul Rudd propuso como relevo a Adam McKay, quien lo dirigiera en Los Amos de la Noticia y suele estar tras las comedias de trazo grueso de Will Ferrel, quedándose finalmente como co-guionista junto al propio Rudd en calidad de gag-man, y otros revisores no acreditados como Gabriel ­Ferrari y Andrew Barrer, en paralelo incluso al rodaje. Como director llegó, a menos de un mes para encender el piloto de las cámara, el especialista en comedias románticas Peyton Reed, que ya planteó a primeros de los dos mil una versión sesentera de Los Cuatro Fantásticos que derivó en la deliciosa Abajo el Amor, y estuvo en la terna finalista de Guardianes de la Galaxia. Pero Wright figura doblemente acreditado como productor, en pago por sus años de trabajo, y pese a todo como co-argumentista, junto a su colaborador Joe Cornish, tras examinar la Asociación de Guionistas Estadounidenses la impronta de ambos en el libreto final de la película.

Los créditos de Wright parecerían en principio incompatibles con las “diferencias creativas” alegadas en su salida, pero su desencuentro con el estudio probablemente se resuma en la distancia entre la Marvel embrionaria de 2004 y su realidad multimillonaria de 2014. Por eso era tan importante mantener Ant-Man pequeña, si es que este adjetivo puede aplicarse a una súper-producción de 130 millones de dólares de presupuesto. Pero aún así, soporta una presión manifiestamente menor en la taquilla que sus inmediatas compañeras Cinemáticas, La Era de Ultrón y Civil War, siendo más relevante la comparación monetaria con las restantes cintas de origen, ante las que está aguantando el tipo pese a ser mucho menos conocido que El Thor o El Capitán América, al margen de fenómenos como Iron Man y Guardianes de la Galaxia, paradójicamente sus referentes más evidentes.

El propio Reed ha detallado la evolución entre ambas versiones, asegurando que se mantienen muchos de los diálogos, el ingenio y el agudo lenguaje visual de Wright. Específicamente el punto de partida del Marvel Premiere #47-48 y el robo del traje de Hombre Hormiga como desencadenante de la dinámica mentor / alumno entre Hank Pym y Scott Lang, así como el atrevimiento de llevar la batalla final a un escenario tan antiépico como el cuarto de una niña, Locomotora Thomas inclusive. La revisión consistió en simplificar el libreto y hacerlo un poco más grande, agresivo y divertido en ciertos momentos. Posiblemente también menos paródico, si lo comparamos con la Trilogía del Corneto de Sabores o Scott Pilgrim contra el mundo, de Wright, pero es un “si” enorme: como asimilar Los Guardianes de la Galaxia con el Super de James Gunn; o en palabras de Evangelyne Lilly, “algo menos británico y más americano”. Como sea, el gran mérito de la reescritura es haber ajustado el tono de la película manteniendo su consistencia. Y lo hace reforzando elementos ya planteados por Wright y Cornish, como su afiliación a los códigos genéricos del cine de atracos, continuando la diversificación de la Fase Dos, que ha tanteado los superhéroes desde la buddie movie (Iron Man 3), el thriller de espionaje (Capitán América: El Soldado de Invierno), la espada y fantasía (Thor: El Mundo Oscuro) o la space opera (Guardianes de la Galaxia), para no agotar la fórmula; y añade nuevos elementos asumidos en 2014, que no en 2004, como las conexiones cinemáticas y con el cómic, pero sin olvidar a sus personajes en el trasvase.

Por ejemplo, los desternillantes montajes de los soplos pueden tender a identificarse con los típicos juegos narrativos de Wright, pero no dejan de ser un chiste a costa del tópico de la fase de planificación del robo, y son un añadido de McKay. Y casi en la misma medida de la contagiosa vis cómica Luis de Michael Peña, que hace que merezca la pena repetir el chiste. Igualmente se extendió la secuencia del primer robo, con el asesoramiento de un consultor en seguridad, que planteó que barreras podría interponer Pym y cómo podría sortearlas Scott. Más problemático es el cameo del Halcón (aquí no hace falta llamarle Falcon, ¿verdad?), por divertido que éste sea, porque puede sacarte de la trama de la película, que por todo lo demás, avanza en línea recta. El truco es integrarlo en la estructura arquetípica de las películas de robos, que incluyen como norma una misión intermedia preparatoria al atraco principal, a diferencia, por citar los extremos contrarios, de los parches manifiestos que interrumpen el desarrollo de Iron Man 2 o la trama secundaria de Thor en La Era de Ultrón. El mandato, insiste McKay, no era incluir ninguna referencia sino una escena extra de acción. Pero todo surgió naturalmente, en un entorno compartido, una vez que se plantearon localizarla en una instalación de Stark. Y muy significativamente a propuesta directa de Kevin Feige, que añade que si detenemos la imagen aérea del edificio, veremos algunos nuevos añadidos de cara a Civil War. Era importante establecer un vínculo entre ambas películas, toda vez que está conformada la participación en aquella de Scott Lang.

En cuanto a las conexiones con el cómic, entre guiños que pasarán desapercibidos a la mayoría de espectadores porque no son más eso, guiños, McKay ha querido reivindicar muy particularmente el papel de La Avispa, que Wright y Cornish despachaban con una única mención para no distraer la atención de ambos Hombres Hormiga. McKay los concibe en cambio como un dúo inseparable, y convierte su ausencia en el verdadero núcleo emocional de la película. Era improbable que ahondara en el maltrato con la virulencia de Los Ultimates, para eso se desdobla a Pym de Chaqueta Amarilla, pero la pérdida de Janet se convierte en el pecado original de Pym, que le llevó a romper con su propio legado científico en ausencia de Ultrón, como un trasunto fantástico de Alfred Nobel o Robert Oppenheimer, y al abismo que le separa de su hija (la Hope del MC2 nunca renunció a su apellido paterno) y en última instancia le impulsa a elegir a Scott antes que a ella.

Un poso de amargura que es oro en las manos de un actor como Michael Douglas, un paso más allá de lo mostrado en anteriores capítulos por otros ilustres veteranos como Anthony Hopkins o Robert Redford, y que nos deja con muchas ganas de más, sobre todo en su prodigioso rejuvenecimiento digital. Quien soporta la trama es Paul Rudd, que demuestra desde la comedia ser algo más que un actor de comedia, y conecta inmediatamente con el público, con un héroe pícaro que tiene que descubrir que lo es, pero también un hombre corriente que cuando tenga que medirse con Tony Stark o Peter Quill será capaz de mirarlos desde fuera. La que más difícil lo tenía tal vez fuera Evangelyne Lilly, con un papel muy pasivo que no pasa de chica de la peli, pero que tiene que proyectar un potencial mucho mayor de futuro. Correcta y sobria, aporta la dimensión emocional que los otros dos tratan de esconder sin caer en la lágrima fácil. Arropados por un elenco de secundarios cómicos comandados por Peña, que nunca llega a solaparse sobre los protagonistas, sino que marca el ritmo de la historia.

Sin olvidar como personajes a las propias hormigas, y especialmente la montura de Scott, “Anthony”, cuyo destino nos recuerda porqué Hank prefiere simplemente numerarlas. A Anthony, precisamente, como “Hormiga-427” en referencia al debut de ambos Hombres Hormiga, respectivamente en Tales to Astonish #27 y Marvel Premiere #47, pero cayendo en un cruel paralelismo con los sujetos numerados de los experimentos de Cross. Una comedia, necesaria según Feige para tratar a un tipo que se comunica con las hormigas, que se toma muy en serio.

El eslabón más débil vuelve a ser una vez más el villano, una amalgama entre el primer enemigo de Scott Lang, Darren Cross, y la identidad trastornada de Hank Pym, Chaqueta Amarilla, al que sí se puede achacar el formulismo que injustamente se suele generalizar a Marvel Studios. Tal vez porque en la definición de sus héroes, se enfrenten demasiado a menudo a repetitivos reflejos oscuros de sí mismos, como Iron Monger, La Abominación, Craneo Rojo, Whiplash, El Soldado de Invierno o el mismo Loki. A Corey Stoll le puede faltar el carisma de Tom Hiddleston para romper el molde, pero al menos supera el mero clon de Obadiah Stane que parecía, en un cara a cara con Pym con más contenido que toda la pelea final. Y su traje mola cantidad.

No es casual que Marvel reincida con un gran actor como Douglas pero de mayor edad de la esperable, en busca de legitimidad pero también de profundizar su Universo, abriendo una suerte de “Era Atlas” que conectaría el presente con La Edad de Oro de El Primer Vengador y Agente Carter, con Howard Stark y Peggy Carter pasando simbólicamente el testigo a Pym, y éste a una nueva generación de héroes e incluso la promesa de Cassey Lang como la futura Estatura, a costa ojo de renunciar a la atemporalidad del calendario Cinemático. Pero sólo vemos su final, con la construcción del Triskelion anunciando la llegada de la modernidad, el mismo año que cayó El Muro. Se ha quedado fuera del montaje un primer prólogo que presentaba en acción al Ant-Man de La Guerra Fría, o más bien sus consecuencias a nuestra escala, como si del Hombre Invisible se tratara. Como curiosidad, se enfrentaba a un caudillo caribeño de corte castrista, Castillo, interpretado por Jordi Mollá, el tercer actor español en aparecer una adaptación Marvel tras Santiago Segura y Álex González, y el tercer villano. Lo que hubiera tenido su miga en plena distensión cubano-estadounidense, aunque el director Peyton Reed afirma descartarlo tan sólo porque rompía la unidad tonal de la película, ojalá se recupere en forma de One-shot. Recordando su viejo proyecto de adaptar en clave retro Los Cuatro Fantásticos, no sería de extrañar que Reed quisiera seguir explorando esta época, ojalá que con el joven Michael Douglas de vuelta.

Ant-Mant no se presenta por tanto como la película de origen que es, sino como un supuesto legado. No en vano, Scott Lang ha sido ya más tiempo el Hombre Hormiga en los cómics que Hank Pym, pero siempre ha cargado con la etiqueta de ser su sucesor, y aquí se convierte en el primer héroe vintage del Universo Cinemático, y quién sabe si un ensayo para futuros relevos. Finalmente, Pym también transmite el legado de La Avispa a Hope, además de su peinado, esperemos que no para convertirse en la malvada Reina Roja de Los Redentores que se enfrentaran originalmente a la futura generación de Vengadores del MC2.

Más sutil y quizá más trascendentalmente, el sacrificio de Janet da paso a otro tipo distinto de legado, en forma de una nueva frontera para el Universo Cinemático, el “Reino Cuántico”. Reed y McKay sentían que al borrador de Wright le faltaba un golpe de efecto final que te sacara del juego de los ladrones y te sumergiera de improviso en el cierre de la Fase Dos. Contrariamente a la tendencia megalómana del género, y la previsible (y más que insinuada para el futuro) irrupción del Hombre Gigante, optan por llevar la esencia del personaje a sus últimas consecuencias, y encontrar lo más grande en lo más pequeño, culminando un gran tercer acto, en el que precisamente han tropezado muchas adaptaciones Marvel. Debe aclararse que, aunque Hasbro y Paramount hayan anunciado varias veces su intención de adaptar en imagen real Los Micronautas, el Microverso es un concepto marvelita muy anterior a su licencia, que Roy Thomas ya vinculó en los años setenta a las partículas Pym y que sigue aún vigente. El cambio de denominación sigue más bien la estela del Teseracto, que venía a conectar más neutralmente que “Cubo Cósmico” la imaginería de la Edad de Oro, las leyendas asgardianas y la tecnología Howard Stark como base de la de Iron Man. Igualmente, aquí se abre una puerta para rescatar a La Avispa Original tal y como hiciera Brian Michael Bendis en su despedida de Los Vengadores, tras desaparecer en el Microverso y dársele homólogamente por muerta en Invasión Secreta. Pero también, el Mundo Origen podría fusionarse con el Planeta Hulk de Greg Pak, que ya se inspiró directamente en la saga microscópica de Jarella, además de los Micronautas supervivientes en el Universo Marvel, que ya se han reunido varias veces con el sobrenombre “Microns”. Y sin irnos tan lejos, se ha abierto un portal dimensional como los que ya sabemos que cruzará el año que viene el Doctor Extraño.

Un mundo onírico a medio camino entre Interestellar y Porltegeist, que Peyton Reed prefiere conectar con las raíces sesenteras de aquellas, e indirectamente con la fantasía de Jack Kirby Tales to astonish-, remitiéndose al alucinógeno epílogo de 2001: Una Odisea del Espacio, escrita por Arthur C. Clarke, a quien Eric Selvig ya citaba como base científica de Thor; y al episodio “La niña perdida” de En los Límites de la Realidad, de Richard Matheson, en el que la abuela de Caroline ya caía dentro de una pared. Matheson fue también el autor de El Increíble Hombre Menguante, con lo que Ant-Man se vincula filosóficamente con la larga tradición cinematográfica de héroes miniaturizados, especialmente con la inocencia, la ironía y el sentido de la maravilla de El Chip Prodigioso. Estéticamente, sin embargo, las escenas de miniaturizaciones rompen con la escuela de maquetas gigantes estilo Cariño he encogido a los niños, para recrear por primera vez fotorrealísticamente la perspectiva única del mundo de un hombre-hormiga, y a la propias hormigas, combinando macrofotografía, captura de movimientos y modernos efectos visuales, pero sobre todo el sentido del humor y del espectáculo marca de la casa. Un viaje Alucinante que visualmente debe atribuirse a Wright, como muestra el footage que rodó en 2010 y presentó en la Comic-Con de 2012, prácticamente clonado en  la película y que ya adelantaba el  traje del Hombre Hormiga y el acabado visual de las miniaturizaciones cinco años antes de su estreno, pero que Reed ha expandido a todo un nuevo espacio interior.

Por eso es tan injusta la inevitable comparación de Peyton Reed con el mejor Edgar Wright imaginable, y la sospecha indemostrable de haber domesticado Ant-Man. Cuando reequilibró sobre la marcha un proyecto heredado y muy definido por una personalidad contraria a la suya, sanó las heridas de su accidentada producción, y lo convirtió en un producto coherente, fresco y agradecidamente modesto. Una comedia con corazón, ágil y ligera pero con más sustancia de lo que parece, que conjuga la parodia y el pastel para evitar caer en ninguno de los dos, y en la que nombres propios tan aparentemente contrapuestos como Dougas y Rudd,  Cornish y Mckay y Wright y Reed suman todos a favor. Y de la que emerge, visionario y autoritario, un Kevin Feige coronado para bien y para mal como el Jim Shooter del Universo Cinemático. Una película que se siente como si fuera parte de la Fase Uno, que probablemente no hubiera existido sin el impulso de la Fase Dos, y que ha acabado sirviendo contra su propia naturaleza de puente a la Fase Tres. Pero sobre todo, una divertida. Un blockbuster que se atreve a mantenerse pequeño, porque en verano hasta los superhéroes bailan salsa.

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