Sexta entrega de nuestro repaso por las reseñas del Daily Bugle: Edición Cine, en la que recuperamos y actualizamos la sección publicada originalmente en Marvel Age #16 (abril de 2017):
Marvel ingresó solamente 25.000 dólares de la taquilla de Blade, y su repercusión sobre los cómics, en plena “Heroes Return”, fue igualmente mínima, pero muy posiblemente la salvara de la quiebra. Esa partida se jugaba realmente ante el Tribunal de Cuentas de Delaware, y el primer estreno cinematográfico en doce años de La Casa de Las Ideas resultó crucial para que, apenas tres semanas después, estimara el plan para su reorganización presentado por Isaac Permutter y Avi Arad, fusionando las endeudadas Marvel y Toy Biz, deshaciéndose del ruinoso imperio de Ronald Perelman, y recentrando la nueva empresa sobre la explotación de sus licencias.
Paradójicamente, al dhampiro le costó esos mismos doce años llegar a las salas de cine. El encargado de cribar en 1986 cuáles de las recién adquiridas propiedades marvelitas de New World Pictures eran aptas para un rodaje rápido y barato fue el guionista, productor televisivo y antiguo dependiente de una librería especializada, William Rabkin, a cambio de presentar su propia propuesta: un sorprendente western ambientado en Nuevo México y protagonizado por el entonces olvidado Blade. No pasó de un par de reuniones para que lo protagonizara el mismísimo Shaft, Richard Roundtree, quien no en vano inspirara a Marv Wolfman y Gene Colan para su creación en 1973.
Blade y el resto de criaturas de la noche marvelita resurgieron en los años noventa a partir del relanzamiento del Motorista Fantasma, coincidiendo con la explosión las adaptaciones comiqueras independientes, con lo que no sorprende el interés de la productora de Las Tortugas Ninja (1990) y La Máscara (1994), New Line Cinema. Se consideró como protagonistas a Denzel Washington, Lawrence Fishburne y el rapero LL Cool J, mientras que la primera opción para dirigirla fue David Fincher, tras triunfar con Seven (1995), también de New Line. Su planteamiento chocó sin embargo con el de su presidente, Michael De Luca, que pretendía convertirlo en una comedia. Lo que da una idea de la revolución creativa que representó en 1996 la creación de Marvel Studios, liberando a las adaptaciones de cómic de los clichés camp con los que Hollywood las miraba hasta entonces. Resultó crucial para ello el apoyo del definitivo protagonista y a la sazón, productor de la cinta, Wesley Snipes, y que New Line no se retirara, a diferencia de Universal o Fox, pese a la bancarrota de Marvel y el descrédito del género tras Batman y Robin, Steel y su propia Spawn, máxime con otro héroe urbano afroamericano.
La vinculación al terror y ser un personaje tan desconocido jugaban a favor de Blade, ocultando sus créditos editoriales para apoyarse en la relectura posmoderna del mito vampírico a lo Anne Rice y la estética y el ritmo del cine de acción made-in-Hong Kong, entonces más de moda que las mallas y las capas. No obstante, su guionista, David S. Goyer, había estado ya vinculado a los proyectos de Motorista Fantasma y Doctor Extraño y venía de firmar su primera adaptación, El Cuervo: Ciudad de Ángeles (1996). En 1998 estrenó Dark City, también de New Line y del mismo director de la primera entrega de El Cuervo, Alex Proyas, además del telefilm de Nick Furia, apuntalando todas ellas una nueva estética y una nueva narrativa que se impondrían al cine de acción de la época vía Matrix (1999), y en particular a las adaptaciones superheroicas y de vuelta al cómic, a partir de X-Men (2000). La Edad de Bronce era de repente más moderna que nunca, aunque ni los más modernos lo sabían, al tiempo que se dotaba de una inusitada trascendencia estética al Blade encuerado de los noventa, reconociendo las propias hermanas Wachowsky que había sido su adaptación la que cuajó el canon de acción hiperacelerada, efectos digitales, música electrónica, gafas de sol y cuero negro. A destacar por tanto las coreografías del propio Snipes, que no por nada fue bailarín del videoclip “Bad” de Michael Jackson, aparte de cinturón negro en kárate y experto capoeirista. El actor de sus primeros trabajos con Spike Lee queda reducido a una única e impertérrita pose, suficiente aun así para soportar el ligerísimo guión de Goyer. El gran olvidado es el director, Stephen Norrington, en su segunda película tras la enérgica Máquina Letal (1994), si bien, pesa casi tanto su anterior dedicación a los efectos especiales, incluida una versión del célebre tiempo-bala de Matrix.
La adaptación, partiendo del Blade noventero, es lo suficientemente reconocible para que fuera el cómic el que se ajustó a la película. Originalmente, Blade era más un humano inmune al vampirismo, tras ser atacada su madre durante el embarazo, que un híbrido. Al menos, hasta que le mordiera unos meses antes de la película un tipo único de vampiro científicamente inducido como Michael Morbius (Marvel Team-Up vol. 2, #7 USA, 1998), transmitiéndole la agilidad y sentidos vampíricos pero no sus debilidades, a excepción del ansia de sangre, convirtiéndole ahora sí en “El que ha visto el Sol”. Aunque olvidándose de su origen británico, su herencia jazzística y la blaxpotaition, que afortunadamente viene reivindicando últimamente en los cómics. Stephen Dorff despoja asimismo a Deacon Frost de cualquier halo victoriano, pero a cambio, la madre de Blade (Sanaa Lathan) sobrevive a su encuentro para convertirse en su concubina vampírica, elevando a cotas edípicas la obligada vinculación entre los orígenes del héroe y su villano, aun encorsetando demasiado a sus personajes para aprovecharlo. Lo mismo se puede decir de la formulística trama romántica de Karen (N’Bushe Wright), aunque al menos asume el peso “científico” del argumento. El funcional pero carismático Abraham Whistler (Kris Kristofersson) combina algunos rasgos de un retirado Abraham Van Helsing con los del mentor original de Blade, Jamal Afari, inclusive su aparente muerte. Sorprendentemente, no forma parte de la continuidad de los cómics sino que había debutado dos años antes en la serie de animación de Spiderman, aunque mucho menos socarrón, sin barba y con la voz nada menos que de Malcolm McDowell, aunque pero se coló en las portadas de Blade de Tim Bradstreet para la línea MAX (2002). Goyer se disputa su paternidad con el productor y principal guionista de la serie, John Semper, si bien, su mayor aportación es configurar la Nación Vampira como un estamento clandestino pero inserto en nuestra propia sociedad, anclando subterráneamente su historia en el mundo real y prefigurando multitud de sagas y variantes desde Underworld a Crepúsculo desde entonces.
La crítica destrozó la unidimensionalidad de Blade. Nadie vio venir su verdadero alcance, y menos que nadie La Distinguida Competencia, cuya matriz, Time-Warner, había adquirido New Line en 1996, con lo que salvó paradójicamente a Marvel. Pero sí conectó con el público, triplicando en la taquilla sus 41 millones de dólares de presupuesto, a la vez que los cómics se abrían también al nuevo tiempo, con el advenimiento de la línea “Marvel Knights”. Su estética puede haber quedado desfasada y apenas se le reconoce haber abierto el ciclo cinematográfico de Marvel, pero sólo ahora, que comienza a romperse la barrera de los grandes iconos heroicos y a reconquistarse la libertad de su menor presupuesto y de su calificación “R”, comprendemos lo que Blade ya había demostrado hace ya veintitres años: que los superhéroes nunca fueron un género, sino un lenguaje en el que caben todos los géneros. Y que cuesta imaginar aún como reimaginará el fututo Blade de Mahersala Ali.
¿Y tú, dónde estabas el día que se estrnó Blade?